sábado, 23 de abril de 2011

Historias de cajón - Sacrificio

Una cena muy especial, con 13 hombres; uno de ellos, ungido por el mismo creador que nos dió forma genetica.

- Tomen y coman todos de este, que es mi cuerpo; aquél cuerpo que dentro de poco será entregado al hombre, y sacrficado por el mismo hombre.

El hombre del centro de la mesa repartió con delicadeza y pasión el pan, como si esa fuera la última vez que compartiese un momento como ese con los otros. Acto seguido, tomo una copa de vino, es esos de precio bajo, baratos como se diría por ahí; lo alzó y bendijo para repartirlo entre sus apóstoles.

- Tomen y beban todos de este cáliz, que es el cáliz de mi sangre; sangre que será derramada para garantizar la paz y el perdón de los pecados del hombre.

Todo era silencio, apenas si se podía escuchar un sordo crujir de la comida en la boca de los apóstoles. Un esceario frívolo, apesadumbrador, casi funesto. Jesús interrumpió el silecio y anunció:

- Como deberían saber, dentro de poco me tocará ser entrgado a los hombres para ser juzgado según su ley.

- ¿Juzgado? - interrumpió uno - pero, maestro ¿por qué tal cosa?

- Yo nunca permitiría algo así - se escuchó al fondo de la mesa.

- Pues me temo que será en específico uno de ustedes quien me entregue.

- ¿Qué? ¿cómo? - vociferaron todos - esto no es posible ¿quién sería capaz? ¿acaso seré yo señor? ¿lo haré yo? díganos, maestro...

- Yo seré entregado, para que se cumpla por completo la profecía; pero pobre de aquél a quien le toque hacer el trabajo sucio, deseará no haber nacido.

- ¿Cree que ese alguien sea yo, señor? - interrogó Judas, el más llamado Iscariote.

- Eso depede de cómo lo digas - le contestó muy seriamete.

La cena prosiguió con aquél aire melancólico con el que empezó.  Al terminar, salieron al monte de los olivos. Ahí Jesús anunció:

- Hoy, varios de ustedes se escandalizarán de mí; y huirán, tal y como fue escrito: Heriré al pastor, y sus ovejas serán dispersadas. Pero, luego de resucitar, los acompañaré a Galilea.

- Pero maestro, ¿qué cosas dice? - replicó Pedro -  yo nunca haría algo así, siempre estaré a su lado apoyándolo; aún si todos los demás le dan la espalda...

- ¿Y encima tú lo dices? - acotó el ungido - amigo mío, antes que cante el gallo me habrás negado tres veces, tenlo en mente.

Todos quedaron nuevamente en silencio. Pedro tuvo un muy mal presentimiento, y a la vez, mucho temor de que se cumpliese aquella fatalidad.

Luego de un rato, salieron al Getsemaní. Ahí Jesus les dijo a sus apóstoles que se quedasen a orar por sus almas para no caer en tentación. De ahí se dirigió al monte a orar a su padre, pidiedo fuerzas para terminar con todo lo anunciado, que fuese rápido y lo menos tormetoso posible. El estrés era demoledor, con sólo pensar en lo que se le avecinaba se le erizaba la piel; Jesús estaba asustado; mas sólo pidio que se cumpliese la voluntad de su padre.

Al volver todos estaban dormidos, ahora sí estaba seguro que serían sólo él y su padre en esto. En eso se oyen unos pasos, de uno, dos, tres, cinco, diez personas... son muchas y en grupo. Se ven antorchas aproximarse. Para cuando el grupo llega todos están despiertos y alerta. Resulta ser Judas Iscariote quien va al frente de todos, mal simulando naturalidad, se acercó a Jesús y le saludó "alegremente" con un beso en la mejilla. Jesús le miró idignado y a la vez muy triste por él.

- Qué irónico, Judas, traicionas al hijo del hombre con un beso... esa sí es nueva.

De inmediato dos hombre se acercaron a Jesus para apresarlo, mas uno de los apóstoles reaccionó rápidamente e hirió a uno de los apresores. Jesús detuvo al apostol y sanó al apresor, diciendo:

- No debiste hacer eso; quien haga caer por espada, por espada caerá. ¿Y ustedes qué? ¿acaso creen que no podría pedir doce legiones de ángeles en este preciso momento?... aunque, claro, si hiciera eso no se cumpliría lo escito... además ¿qué es eso de venir a apresarme con trinches y antorchas como si de ladrón se tratase? ¿eh?... Cada día me sentaba con ustedes en el templo, a la vista de todos y sin nadie quien me cuide las espaldas ¿y tenían que esperar a que no haya absolutamente nadie que vea lo que ocurre aquí? vaya forma de actuar la suya.

Los apóstoles se quedaron atónitos ante todo lo acontecido, y nada puediron hacer cuando tomaron a Jesús y se lo llevaron ante el Consejo y el sacerdote Caifás. Durante el camino, Jesús se mostraba pensativo, perdido en su mente, no sabía qué era lo que esperaba ahora; el momento del sacrficio estaba por llegar, sacrificio que hasta el día de hoy recordamos. Un hombre murió por todos, lo menos que deberíamos hacer a cambio es reconocer ese acto heróico, de valor verdadero; aceptar los hechos con fé y lógica, y agradecer el gran favor del creador.

Nuestro mundo está dirigido por ciegos, no por que no puedan evitarlo, sino porque no quieren ver. Así que es desición de cada uno abrir los ojos o mantenerlos cerrados.

domingo, 10 de abril de 2011

Historias de cajón - Alma errante

Heme aquí, bajo las agitadas aguas del mar, en un cuerpo inerte, agonizante, abatido. Se preguntarán como llegué aquí, al final del camino. Bueno, la historia no es demasiado larga.

Todo empezó hace 1 año, cuando luego de 4 años de una larga e íntima amistad con Zoe, una compañera de clases desde la secundaria, decidimos aceptar lo que sentíamos el uno por el otro y ser una pareja. Todo empezó muy bien, nuestros abrazos de amistad se volvieron apasionados besuqueos (algo inexpertos por la edad), cada vez más profundos y ardientes; y si bien nunca traspasamos aquel bendito límite por respeto a nuestros principios, tuvimos un par de encuentros íntimos, siempre muy intensos pero al final más divertidos que placenteros.

Y así se pasaron los mejores 10 meses de mi vida. ¿Qué vino después? el inicio del fin. No sé porqué, pero lo presentí todo desde aquel día, aquel 12 de noviembre en el que los padres de Zoe le presentaron a Juan, un vecio nuevo cuyos padres eran muy amigos de los suyos. Todo me sonó a trampa desde un principio, ellos querían deshacerse de mí por alguien de seguroproveniente de una familia aliada (como odio esas alianzas familiares); le hablaron muy bien del joven y prácticamente la obligaron a salir con él. En cuanto a mi, cada vez se me hizo más difícil acercarme a Zoe; comenzó una etapa dolorosa de decadencia en la relación con ella y en mi vida.

Cada día todo era más frío, ni en la escuela podía hablarle... todo terminó una fatídica tarde saliendo de la escuela. Ella me dijo que esto ya no podía seguir y que lo sentía. Yo quise contestar con rabia, pero no hice nada; no podía explotar de esa manera frente a ella. Sólo bajé la cabeza, me di media vuelta y me alejé con el corazón completamente destrozado.

El resto del mes me lo pasé en mi cuarto, encerrado y deprimido, la melancolíoa imperaba e mí y si salía era sólo por algo realmente importante. Mis padres se preocuparon mucho; pero a los de Zoe poco o nada les importó, resultó ser que o le permitieron saber nada de mí, la obligaron a comprometerse con él y terminó tan angustiada como yo.

A inicios de febrero, un extraño fenómeno submarino sembró pánico en toda la costa: un sobrenatural movimiento sísmico fue registrado mortalmente cerca a la costa y a parte de una fuerte sacudida se levantó una inminente alerta de tsunami. Todos evacuaron las ciudades costeras... todos menos yo. Me colé durante el éxodo masivo que se producía y me quedé solo, varado en una playa que solía ser bastante concurrida y que ahora estaba desierta. Todo era silencio absoluto, apenas algunas gaviotas sobrevolaban el lugar para luego de un rato abandonarlo: se aproximaba el tsunami. Me sentía muy triste al punto de darme al abandono, ya no me importaba mi vida; descubrí que cometí el grave error de etregarle todo a Zoe a cambio de casi nada, y ahora estaba pagando el precio: mi corazón se quedó vacío, sin motivaciones para nada. Llegó la ola y yo me entrgé a la corriente. Lejos de matarme, me arrastró costa adentro; mas la fuerza de las olas fue tal que fui literalmente devuelto a casa, lugar a donde la alerta no se había considerado. Todos fueron arrastrados, gimiendo y luchando por sus vidas en un escenario de calamidad profunda. Mi cuerpo inmóvil y flotate no mostraba mayor signo de vida que la respiración, mis ojos inmóviles observaban la desesperación de la gente; pero fue una escena la que me hizo reaccionar: Zoe estaba siendo arrastrada por la corriente, de inmediato traté de alcanzarla; pero me ganói Juan, quien la subió sobre un montón de escombros... ella le agradeció con un beso. Era oficial, me olvidó; mi última esperanza se desvaneció. Me dejé hundir y el agua comenzó a retroceder.

Durante el lento regreso vi algunos cuerpos ahogados, todo era silencio otra vez... mi alma lloraba y mi cuerpo agonizaba. No entiendo aún porqué no me terminaba de ahogar, seguía tragando agua pero no me desvanecía ni sentía ahogo; fue el último recuerdo de Zoe el que terminó matándome; cerré mis ojos y olvidé todo, a todos, a Zoe y a mí.

Bien, ya llegamos hasta aquí, sin oponer resistencia alguna; yo ya no quería vivir.

Mi respiración finalmente cesó; mi corazón, dolido y agotado, detuvo por primera y última vez su marcha, mis sistemas se detuvieron y desconectaron y luego de ellos mis sentidos. Me vi envuelto en la nada... la última sesación que tuve fue la del agua ya del océano acariciándome el rostro, consoládome en mi dolor y ayudándome a retirarme de este injusto mundo. Mi boca se abrió una última vez y de mi cuerpo muerto salió una pequeña burbuja, aquel aliento de vida que Jehová me otorgó una vez, lo devolví a la naturaleza. La espesa humedad del aire limeño la condensó y desde enonces mi alma permaneció errante en la costa.

Una semana después una jovecita se acercó al Barranco vestida de negro y con una rosa blanca e la mano derecha. Ella empezó a hablarle a la nada:

- Durante mucho tiempo creí que lo superaría, que mis padres tenían razón y que tú no me convenías; ahora estoy convencida de lo contrario - una lágrima asomó por su ojo y su voz se resquebajó - perdóname, por haberte hecho daño, si es que aún estás ahí... donque quiera que estés, Héctor, espero que sepas... que sepas que yo... yo te sigo amando. Perdona mi error, aunque sé que la vida nuca lo hara. Traigo una rosa blanca de las que siempre te gustaban ¿sabías?, es mi obsequio de despedida. Sé que lo que te hice estuvo mal, y estoy dispuesta a pagar el precio. Esta mañana terminé definitivamente con Juan, y no pienso volver con nadie más el resto de mi vida... sé que mis padres se opondrán y que quieren que estemos los dos por propósitos familiares; esas cosas no me importaron nunca y nunca me han de importar. Ahora que te perdí, perdí parte de mí y... ya no le veo sentido a seguir viviendo. Y, bueno... aquí tienes tu rosa. ojalá la aceptes.

La rosa comenzó su caída, mas mi escencia en el aire la detuvo. Zoe quedó desconcertada con el suceso. Aproveché eso para susurrarle:

- Hola Zoe, hace mucho que no te veo... bueno, no mucho en realidad. ¿Sabes? la última vez que te ví, me sentí desfallecer; siempre supe que quisieron separaros, y no pude hacer nada. Cuánto lo siento, pero creo que este es el final. Espero que algún día te retractes y puedas hacer tu vida... con alguien más.

- Pero... no podré hacerlo... por favor no... no te vayas.

- Dudo que el aire conserve mi alma por mucho... no es lo suficientemente denso...

- Te necesito, haz lo que sea...

- No hay nada que pueda hacer, excepto...

- ¿qué?

- Nada. Quisimos estar juntos, el destino nos separó; y lo que el destino dice, queda.

- No te vayas...

Sentí una vez más ese afecto que sentía a su lado cuando era feliz, cuando vivía. Sentía un halo que me atrajo hacia adelante... y fui absorvido por su cuerpo.

- Héctor, ¿Hector?... ya te fuiste. Hasta siempre...

Zoe se retiró del lugar con el alma destrozada; yo quedé encerrado ahí, su corazón quedó como nuestra prisión, y así fue hasta cuando tengo memoria.

sábado, 2 de abril de 2011

Historias de cajón - Orden de detención

Se oyó un toque en la puerta. Temerosa, Tania sale a abrir la puerta... su peor pesadilla se cumplió, habían descubierto a la culpable del crimen del tamalero: ella; o eso creían todos. Cualquier cosa sería inútil, no tenía prueba alguna que demostrara su inocencia en aquel abobinable crimen. Lo peor de todo, el policía era su mejor amigo. Joe, su amigo de la infancia, era un joven efectivo de la policia bastante conocido por su frialdad al momento de realizar detenciones... pero esta vez no se veía como siempre. Él sabía la verdad, sabía que Tania tenía poco o nada que ver en este asunto, pero sin pruebas ni él podía hacer nada a favor de su amiga, su compañera, su amor inconfeso.

Tania: Vienes por mí, ¿verdad?

Joe: Oye, en serio, no quiero hacer esto...

Tania: tú lo sabes... tú sabes que yo soy inocente.

Joe: sí, oyalá lo supiera también el fiscal.

Tania: pero ¿no pudiste hacer nada?

Joe: ya traté de todo, no funcionó... - Tania agachó la cabeza, resignada a su cruel destino; pagar por un crimen que no cometió (típico ¿no les parece?) - por favor, no te pongas así, sabes que me duele por lo que estás pasando... yo...

Tania: ya no importa, la verdad, ya no tiene ningún sentido seguir con esto; yo me voy... no quiero darte la pena de que seas tú quien me lleve a la comisaría.

Joe: pero me asignaron a mí en específico para hacerlo... no puedes huir, hay un par de colegas que nos están vigilando... ¡maldtita sea!... ¿¡porqué a mí me tuvo que tocar este trabajo!?

Tania: ya oe, tranquilo... no te apenes tú...

Joe: créeme que lo siento... pero si no me perdonas te entenderé.

Tania estaba cabisbaja, en un rato que alzó la vista notó como por la cara de Joe corría una lágrima hasta encayar en el mentón de éste para luego caer al suelo como si de una gota de lluvia se tratase.

Tania: Joe... está bien - le extiende sus muñecas, mostrando sus blancas manos y la pulsera que alguna vez le regaló su querido amigo y prosigue - vamos, ponme las esposas y relájate... no quiero que te vean así.

Joe: - Mientras le coloca las esposas - lo lamento, en verdad - termina de colocárselas - vámonos de una vez.

Dentro de la casa, la madre de Tania contemplaba el trágico cuadro que se desarrollaba frente a la puerta, sin poder hacer nada. Iluminados por la Luna y algún poste, la joven y desdichada pareja abandona la residencia y se dirige al patrullero.