domingo, 21 de noviembre de 2010

Historias de cajón - La Quinta Heeren

Este relato en particular trata de un hecho real, pero el texto fue inventado por mí. Se trata de un mito... no... una historia limeña, que realmente ocurrió, y cuyos hechos no se pueden explicar, aún hasta ahora.

Hace mucho tiempo, en el siglo XIX, un ingeniero llamado Oscar Augusto Heeren se mudó al Perú, y compró un gran lote en lo que actualmente es el jirón Junín 1201. Allí construyó una gran mansión, que fue conocida como la quinta Heeren (así se les llamaba en ese tiempo). La quinta se encontraba conformada por una plazuela, calles estrechas, jardines adornados con jarrones y esculturas. Toda una belleza y muy atractiva para todos: turistas, amigos, aristócratas y demás gente importante. Todos le felicitaban a Oscar por tan buen trabajo, y tan linda casa. Por muchos años, la quinta fue lugar de fiestas, reuniones y asambleas importantes… hasta fue embajada de varios países, y varias veces. Era un hermoso lugar… hasta que ocurrió el incidente.

Tiempo después de su construcción, cuando la quinta se convirtió en zona residencial para personajes destacados, llegó él… un comerciante japonés muy acaudalado llamado Seikuma Kitsutani; un joven alegre, de buen semblante y rico gracias a su labor como protector de los fondos de la colonia japonesa en el Perú. Era muy bueno con los negocios, siempre alerta a alguna oportunidad de negociar y conseguir dinero y recursos para la colonia japonesa; era dueño de grandes barcos comerciales, cargueros; y una persona muy pero muy respetada en ese tiempo… hasta que… bueno, un día hubo un terrible accidente, en el cual se hundió uno de sus mejores barcos, en el cual llevaba una carga importantísima para él… y perdió mucho: credibilidad, dinero; pero sobre todo, respeto y confianza por parte de los demás. Él se recuperó y siguió adelante; pero… ¡Pang!... no terminaba de recuperar ingresos por lo del primer accidente y hubo otro accidente, y se perdió otro barco, y con él otro negocio… y confianza; pero esta vez fue demasiado: ya no se pudo recuperar y se fue a la quiebra. Todo estaba perdido, ya nadie le hablaba; estaba sólo, sólo y en la calle… no lo soportó más y se suicidó de un apuñalamiento en el abdomen.

Desde entonces, los habitantes de la casona han empezado a oír sonidos extraños de un japonés quejándose, a ver sombras de un joven, y una silla, una silla en su habitación sonaba varias veces como si alguien se sentara en ella… todos comenzaron a huir. Hasta el día de hoy nadie se lo explica… como así de ese modo Kitsutani decidió acabar con su vida, y de por qué su alma quedó en pena, aterrorizando a todos…

Hoy en día se puede visitar la quinta, hasta las 5 de la tarde, claro. De ahí en adelante, nadie se atreve a entrar… hasta hay planes de remodelarlo o de hacerlo un museo, pero nadie hasta ahora se atreve a tocar ese lugar… Nadie.

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